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Nuria Llop

LOS MONEGROS: REFUGIO DE BANDOLEROS EN "La magia del corazón"

Aunque el bandolerismo en España tuvo su apogeo en el siglo XIX, también el reinado de los Austrias propició el desarrollo de esta forma de vida. Las crisis económicas en algunas décadas, un sistema de impuestos que asfixiaba a muchos y la política de la Corona, en connivencia con la Iglesia, cuyo objetivo era conseguir una sociedad obediente y cristiana, favorecían la delincuencia y esa especie de rebelión que supone el convertirse en bandolero.


Durante el XVI y el XVII hubo dos focos principales: el andaluz y el catalanoaragonés. Sierra Morena, los Pirineos y los Monegros fueron durante años hogar y refugio de hombres que huían de la justicia, de la pobreza o simplemente se unían a las bandas para desafiar al poder imperante.



También hubo mujeres bandoleras, por supuesto, y he querido dejar constancia de ello creando el personaje de Martina Latrás en la novela La magia del corazón. Su apellido, sin embargo, sí remite a un bandolero aragonés que también fue espía de Felipe II en Francia y corsario en un barco inglés: Lupercio Latrás. Si quieres saber más sobre este interesante personaje real, aquí encontrarás un resumen de su agitada vida.


Pero no todos los bandoleros fueron como el oscense Latrás o el conocido catalán Serrallonga. Por la cantidad de asaltos en los caminos de los que ha quedado constancia en documentos, crónicas y en la literatura de la época, debieron de existir muchas pequeñas bandas (la de Martina sería una de ellas) que sobrevivían como podían y de las que nunca llegaremos a saber nada. Eran diarias las noticias sobre asaltos a mercaderes, arrieros y viajeros, tanto de día como de noche, cuando pernoctaban en las posadas.


Para intentar acabar con los bandoleros se creó a fines del XVI la Guardia del Reino que vigilaba las rutas principales. Pero los caminos secundarios quedaban bastante desamparados y las características del terreno facilitaban la actividad del delincuente: muchos recovecos para ocultarse, atacar por sorpresa y huir hacia escondrijos casi inaccesibles o refugiarse en cualquiera de las localidades próximas a su fechoría. Si eran de señorío, mucho mejor, ya que allí quedaba vedada la entrada a cualquier representante de la Justicia Real. Ese derecho fue ejercido con frecuencia por los señores, que preferían tener bandoleros en sus tierras a perder uno de sus privilegios más valorados. La única condición era que no atacaran ni robaran a los suyos. Además de ese acuerdo tácito, las gentes apoyaban a los bandoleros. Bien por temor, bien porque eran de su mismo pueblo o familia o porque los admiraban por rebelarse contra el sistema que los oprimía, les daban cobijo y hasta les proporcionaban información sobre los movimientos de la Guardia del Reino.


Se ha escrito mucho sobre el bandolerismo y yo he leído muy poco, por lo que no me atrevo a decantarme por una de las dos corrientes de opinión que existen: si eran auténticos delincuentes y asesinos, y se les ha mitificado, o si seguían un estricto código moral en la línea de Robin Hood, de robar al rico para dárselo al pobre y atacar solo en defensa propia. Supongo que hubo de todo: bandas sanguinarias y otras con mejores intenciones. Si la que invento en La magia del corazón pertenece a estas últimas es simplemente porque en la trama principal de la novela no tenía cabida una banda de asesinos despiadados, solo necesitaba un elemento que sirviera para crear un conflicto, además de unos personajes secundarios que apoyaran el tema del que quería hablar y que subyace en los protagonistas Enrique y Elena: la soledad y la búsqueda del aislamiento por inseguridades personales y los efectos que ese aislamiento puede llegar a tener en el carácter y el comportamiento.


Martina y su banda aúnan también esas dos necesidades. Si sientes curiosidad por conocerla un poco más, anímate a leer la novela.


¡Gracias por pasarte por mi blog!

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