EL ROBO DE LA GIOCONDA
Cuando vi La Gioconda por primera vez, en 1974, me pregunté por qué tenía tantísima fama si había en el Louvre otras obras maravillosas e igual de impresionantes. Por aquel entonces aún compartía sala con otras de diversos pintores y del mismo Leonardo Da Vinci, y era la única que estaba protegida por una discreta hornacina de cristal. Al volver de mi viaje a París descubrí el motivo de gran parte de esa fama. No es solo por las incógnitas que envuelven a la propia pintura y por su incuestionable calidad artística, sino también porque fue robada en 1911 y estuvo desaparecida durante dos años. Hasta ese momento, era un cuadro apreciado por especialistas pero no por el gran público; mucha gente ni se había fijado en él. El robo la convirtió en un icono popular, ya que salía a menudo en la prensa escrita, en noticieros cinematográficos, postales, incluso en cajas de chocolate. Por eso y porque sigue siendo un misterio, el robo de La Gioconda se considera uno de los robos de arte más importantes de la historia.
Mientras tejía la trama de la novela Un asunto delicado y buscaba documentación inspiradora, me apareció esta foto
Mi imaginación se desató y le encontró enseguida un lugar en la ficción. No te contaré más sobre esto, ya que sería hacer spoiler, pero sí sobre aquel robo.
CÓMO SE LLEVÓ A CABO
Fue la madrugada del lunes 21 de agosto de 1911. Vincenzo Peruggia, un italiano de treinta años que había trabajado temporalmente en el Louvre colocando vidrio en las obras maestras para protegerlas de actos vandálicos, entró el domingo en el museo como cualquier otro visitante y se ocultó en un cuarto de herramientas. Sabía que, al día siguiente, el Louvre no abriría debido a trabajos de mantenimiento, así que se puso el guardapolvo que lo identificaba como un miembro del personal y aguardó el momento oportuno para descolgar La Gioconda, quitarle el vidrio y el marco, y esconder la pintura bajo esa especie de bata de trabajo. El tamaño del cuadro, 77x53cm, se lo permitía sin ningún problema. Su plan de escapar por la Cour Visconti (ahora hay arte islámico en esa sala) estuvo a punto de fallar cuando se topó en el camino con una puerta cerrada con llave. Mientras intentaba desmontar la manija para poder abrirla, apareció un guardia. Peruggia, con su disfraz de empleado, le pidió con toda tranquilidad que le abriera. Y el guardia lo hizo sin sospechar nada.
A las 7:30h. de la mañana, el ladrón salía del museo y se dirigía hacia el Pont du Carrousel con La Gioconda bajo el brazo.
Durante el resto del día, a ningún vigilante del Louvre le extrañó ver un espacio vacío en una de las paredes del Salón Carré, pues sabían que a veces trasladaban alguna obra al recién estrenado estudio fotográfico del museo, y que lo hacían sin avisar. A quien sí le extrañó al día siguiente, el 22 de agosto, fue al pintor Louis Béroud, que acudió precisamente para hacer unos bocetos de este cuadro de Leonardo Da Vinci. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que había desaparecido.
LA INVESTIGACIÓN Y LA REPERCUSIÓN MEDIÁTICA
El Louvre permaneció cerrado una semana para investigar el robo, y el día de su reapertura batió el récord de visitantes. Largas colas esperaban impacientes solo para ver el espacio vacío que había dejado aquel retrato.
La seguridad del museo quedó en entredicho, así como la eficiencia de la policía francesa, que no consiguió hallar ni una pista del paradero del cuadro. Lo único que encontraron fue una huella digital en el cristal que lo protegía. Una huella de la mano derecha que no coincidía con ninguna de las que tenían en las fichas policiales, por lo que era un callejón sin salida. Les pasó por alto la de Peruggia, detenido por robar tuberías dos años antes, ya que su ficha solo tenía huellas de la izquierda.
Si esto de las huellas te parece raro es porque, en esos años, en Francia todavía utilizaban el método Bertillon para la identificación de criminales en lugar de la dactiloscopia; este método, que incluía varias medidas del cuerpo humano, recogía solo las huellas de la mano izquierda.
Tras descartar algunos posibles sospechosos, la policía francesa pensó que el robo podía estar relacionado con uno que se había cometido cuatro años antes en el Louvre: el de dos estatuillas ibéricas en el que se vieron implicados el poeta Guillaume Apollinaire y Pablo Picasso. Ambos frecuentaban los círculos futuristas que postulaban la destrucción de todos los museos para dejar paso al nuevo arte. En septiembre de 1911 los detuvieron a los dos, los interrogaron y encarcelaron durante unos días hasta que se demostró que no habían tenido nada que ver con el robo de la pintura de Da Vinci. La película de Fernando Colomo La banda Picasso (2012) te cuenta este hecho con más detalle.
Los meses pasaban y no había noticias de La Gioconda, pero el Louvre no perdía la esperanza de recuperarla y seguía reservándole su espacio.
Un espacio vacío que la gente, atraída por todo lo que iba saliendo en la prensa sobre el robo y la investigación, iba a ver con gran entusiasmo. Supongo que los ingresos que generaba la afluencia de visitantes también contribuyó a que no ocuparan el hueco con otro cuadro hasta mediados de 1913. El afortunado fue Retrato de Baltasar Castiglione, de Rafael.
LA RECUPERACIÓN
A finales de ese mismo año, un anticuario florentino, Alfredo Geri, recibió una carta firmada por un tal Leonardo (que no era otro que Vicenzo Peruggia) en la que se ofrecía a devolver La Gioconda a Italia a cambio de una recompensa de 500.000 liras y de que la obra no saliese de allí. El anticuario se puso en contacto con el conservador de la Galería de los Uffizi, Giovanni Poggi, que lo animó a responder a Leonardo mostrando interés por el intercambio. Peruggia viajó en tren con el cuadro, desde París a Florencia, y se reunió con los expertos italianos el 12 de diciembre de 1913. Primero, en el hotel donde se alojaba, el Trípoli, y luego en los Uffizi. Allí comprobaron la autenticidad de la pintura por el número de inventario, los sellos del Louvre y por la comparación detallada del craquelado (las grietas que se forman en la pintura con el paso del tiempo) con unas fotografías de la obra original.
Mientras Peruggia regresaba al Trípoli a esperar su recompensa, Geri y Poggi llamaron a la policía, que detuvo de inmediato al ladrón.
Un dato curioso: durante los dos años en que La Gioconda estuvo desaparecida, se encontraba cerca del Louvre, guardada en un armario del piso de Peruggia.
La Gioconda se exhibió en Florencia, Roma y Milán antes de volver a su lugar en el Louvre, en enero de 1914. Desde 2005 se expone en la Salle des États, popularmente conocida como “la sala de la Gioconda“, donde se conserva en una vitrina climatizada que mantiene las condiciones de temperatura y humedad que necesita.
EL JUICIO Y EL MISTERIO QUE PERDURA
Peruggia declaró que había robado aquella obra para devolverla a Italia, su país. Estaba convencido de que Napoleón Bonaparte y sus tropas se la habían agenciado durante su campaña militar allí, entre 1792 y 1797. El ladrón ignoraba que el cuadro fue adquirido por el rey Francisco I de Francia tras la muerte de Leonardo, en 1519, junto con otras obras que formaban parte del patrimonio del pintor.
El argumento de Peruggia nunca convenció a las autoridades francesas. Sospechaban que el cerebro del robo había sido alguien con intereses económicos, así que fue condenado solo a 12 meses y medio de cárcel. A los siete lo soltaron para enviarlo como soldado a la Gran Guerra.
Pero no termina aquí la rocambolesca historia de este robo.
En 1932, el periodista Karl Decker publicó un artículo en el que afirmaba que el autor intelectual del robo había sido un argentino, Eduardo Valfierno, que se hacía llamar Marqués de Valfierno aunque no tuviera ningún título nobiliario. Al parecer, era el hijo derrochador de un terrateniente que decidió convertirse en estafador después de dilapidar la fortuna que heredó. Su existencia no ha podido ser constatada, pero lo que Decker contaba en el Saturday Evening Post encajaba perfectamente como explicación de aquel robo.
El periodista aseguraba que el propio Valfierno se lo confesó todo y que le pidió que no lo publicara hasta que falleciera, lo que sucedió en 1931. El objetivo del falso marqués era robar el cuadro y vender a varios coleccionistas seis copias falsas como si fueran la obra auténtica. Para ello, necesitaba que esta desapareciese, claro. En el momento del robo ya tenía esas copias, hechas por un falsificador francés. Era la estafa perfecta, aunque La Gioconda volviese a aparecer nadie se atrevería a reclamar los 300.000 dólares que habían pagado por la pintura falsa, ya que sería autoinculparse de un delito.
Ahí acertó, pues ninguno de aquellos seis compradores salió jamás a la luz. Según Decker, Valfierno contactó con Peruggia, le contó la historia del expolio del cuadro por parte de Napoleón y lo convenció de robarlo. Peruggia habría esperado noticias de Valfierno durante dos años hasta que se cansó y optó por venderlo él. La policía francesa halló una lista de coleccionistas entre las pertenencias del italiano, lo que confirmaría esa intención. Nunca se ha podido verificar la historia de Decker y es posible que sea una invención, pero la duda sigue existiendo.
Gracias por leer este post. Si te ha gustado, compártelo en tus redes sociales. Y si quieres dejar un comentario, lo leeré encantada en cualquiera de las mías.
¿Sientes curiosidad por saber qué papel juega este famoso robo en mi novela? Clica en la imagen
Comments