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  • Nuria Llop

ESPERANDO A LOS BRIDGERTON


Hace dos años, muchas lectoras de romántica dábamos saltos de alegría al enterarnos de que la serie Bridgerton de Julia Quinn daba el gran paso a la pequeña pantalla.


Hace un año, la elección del reparto nos dejó boquiabiertas a bastantes de nosotras y dejamos de saltar.


Hace un mes, se anunció el estreno de la serie en Netflix para el 25 de diciembre y nos regalaron el trailer. Impacto total. Yo lo tuve. Lo vi tres veces y parpadeando para aclararme la vista (o por la intensa iluminación de algunas imágenes y la profusión de colorido en el vestuario).

Quééééé????

¡Estos no son mis Bridgerton!


Por lo que he visto en las redes sociales desde entonces, no soy la única que sufrió este impacto.


Sin embargo, y supongo que debido al cariño que le tengo a esta ficticia familia de la Regencia inglesa, he pasado por el colador de mi cerebro todas esas emociones decepcionantes y he tratado de ver de nuevo el trailer con objetividad y desde el punto de vista de una mis profesiones: la de adaptadora de diálogos para el doblaje de cine y televisión desde hace treinta años.

Casi los mismos que llevo leyendo romántica.

No es que tenga mucho que ver, yo trabajo con guiones que debo respetar al máximo, pero conozco el medio audiovisual casi tanto como el editorial.

Y voy a defender la adaptación de la serie. A capa y espada, por el momento, hasta que pueda verla y opinar otra vez sobre lo que han hecho con los hermanos Bridgerton y sus maravillosas historias.


¿Por qué?


1 - Porque el lenguaje audiovisual de la televisión es distinto al literario. Pretender ver en pantalla lo mismo que nos hemos imaginado al leer una novela es una utopía. Además, cada una de nosotras la imaginamos de manera distinta, pasada por el tamiz de nuestras fantasías y vivencias, de nuestra sensibilidad y hasta del bagaje lector acumulado, por lo que sería imposible contentarnos a todas. Y ahora me dirás:


—Vale, pero Simon, el prota de El duque y yo, no es negro.


Ya, no, tienes razón, pero todas sabemos que en las producciones de EEUU hay cuotas de diversidad o inclusión (y no digo étnicas porque también incluyen otros grupos como el colectivo LGTB). Poner a uno de los Bridgerton bronceadito resultaría sospechoso y ofensivo para la sra. Bridgerton, así que… solo nos queda el duque de Hastings.

Y no debería importarnos el color de la piel, si el actor da para el papel de galán (y Regé-Jean Page da para galán) y lo interpreta bien.


Además, ¿para qué vamos a engañarnos o a disimular?

A mí también me interesa que el duque me alegre la vista en ciertos momentos y, viendo esta foto… 👉


…me da igual si tiene el color del Cacaolat o si sus ojos no son azules, como los describe Julia Quinn.




2 - Porque Shonda Rhimes, la encargada de traernos a los Bridgerton a casa, dice en su cuenta de twitter:


«Soy fan de los libros de Julia Quinn desde siempre. La originalidad. La sensualidad. Las tramas. Todo lo que conlleva cada una de sus historias. Sabía que Shondaland tenía que adaptarlas para la televisión».


Si eso es verdad verdadera, confío en que habrá conservado el espíritu de la serie.

Una buena adaptación a cine o a tv es aquella que consigue que el espectador sienta las mismas emociones que sintió al leer la novela. No tiene que fusilar los diálogos ni trasladar las descripciones a las imágenes, nos aburriría y sería eteeeerna.

Aun así, estoy releyendo El duque y yo y, por ejemplo, en la primera fiesta, en la que Daphne conoce a Simon, la autora nos dice que ella lleva un vestido verde. ¡Verde!


Y Penelope Featheringon, naranja.

👀

Pues sí. En eso, Shonda ha sido fiel a Quinn. Al menos, en el cartel promocional de las hermanas Featherington.



Y la mente creativa de la serie televisiva, Chris Van Dussen (creador de Anatomía de Grey) dice:


«El objetivo era darle la vuelta a un género muy tradicional y hacer algo fresco, inteligente, sexy y divertido».


Pues por ahí va la idea que yo he tenido siempre de las novelas de Julia Quinn, incluidas las de los Bridgerton: son divertidas, con humor inteligente, la dosis justa de sexo y siguen las normas de la novela romántica tradicional.

Imagina, por ejemplo, que esas mismas historias las escribiera ahora Sarah MacLean. ¿No serían diferentes? Creo que sí. No olvidemos que El duque y yo se escribió en el año 2000. Modernizarla y adaptarla al 2020 no me parece ningún pecado. Que nos guste o no el estilo rompedor de Shonda Rhimes ya es cosa de cada una de nosotras. Mientras la serie de Netflix refleje el mensaje de las novelas, (el valor de la amistad, la búsqueda de la identidad y el poder del amor) y nos emocione y entretenga como hace la familia Bridgerton literaria, la adaptación habrá sido buena.


3 - Porque la televisión es una plataforma excelente de difusión. Si esta serie sirve para que millones de personas conozcan a los Bridgerton, si gusta y engancha al público, habrá más adaptaciones de novelas románticas y quizá empiecen a valorarlas un poco los que tanto las defenestran.

Y un detalle importante: los mayores consumidores de series desde hace unos años son la Generación Z y parte de la milenial, a las que el nombre de Julia Quinn no les suena de nada (a menos que sean hijas de lectoras de romántica, claro) ¿No sería genial que les picara la curiosidad por leer algo de romántica histórica? ¿O del subgénero que sea? Y dudo que una serie en plan histórica, ambientada sin anacronismos (hay muy pocas así) enganchara a estas generaciones nacidas entre 1990 y la primera década del XXI. (Es decir, como mis hijos)


Si ninguna de estas razones te convence para darle una oportunidad a Los Bridgerton de Netflix, tengo más, pero este post ya es muy largo para mi gusto. ¿Lo has leído entero?

¡Pues mil gracias!

Nos vemos el 17 de diciembre, mientras seguimos esperando a Los Bridgerton.

(Aviso: Netflix no subvenciona este post. Lo he escrito por mi adicción a la novela romántica y a Julia Quinn)

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